PASEANDO POR EL JARDÍN DE LOS CEREZOS. POR CARLOS RICO.
No entiendo, por que este afán de diseccionar el espectáculo de otro. Es un hecho forense, como si tras la muerte de un amigo tratásemos de confirmar de qué ha fallecido en vez de reanimarlo o llorar su muerte. Como si tras ver un espectáculo que nos gusta quisiéramos nerviosos, averiguar por qué nos gustó, asustados por este sentimiento, como si eso fuese a dejarnos más tranquilos, sin tener en cuenta que nuestra información genética y vivencial va a tener mucho que ver con la percepción del espectáculo. Quizás porque mis vivencias y acontecimientos familiares son más que particulares, suele ocurrirme que los espectáculos que veo y degusto con fruición, no suelen ser los que a mis colegas y compañeros suelen apasionar. Tras este pequeño esbozo aclarativo quiero dar paso al resumen de mi viaje, altamente personal, por los dos espectáculos que visioné la semana pasada.
Bien sabe todo aquel que se dirige al teatro, que en el parnaso teatral hay dioses y semidioses, y que mal escapa aquel que se revela contra ellos. Bien, aquí me encuentro con un dios llamado Chejov y con dos semidioses llamados Peter Brook y Stheler. PRECISIÓN contra PASIÓN.
PRECISIÓN. Peter Brook, tengo la sensación, y tuve la oportunidad de decírselo personalmente en Sevilla, que siempre que me enfrento a un trabajo dirigido por usted señor Brook, estoy recibiendo una lección, y eso me incomoda, me inquieta y me hace ver los hilos y a veces hasta las cuerdas de donde quiere tirar. ¿Condujo alguna vez un coche alemán? Son cómodos, ¿verdad? Y suelen llegar a donde pretenden sin grandes sobresaltos. ¿Estamos de acuerdo? Bien algo así ocurre en El Jardín de los cerezos, de Brook, ocurre lo que tiene que ocurrir, con ese tufillo burgués decadente de intelectualidad, conocimiento de causa y seguridad confortable, no hay sobresaltos, a nadie puede molestar esta propuesta. No hay tedio, no hay aburrimiento. Los peinados parecen rusos de la época, la ropa parece rusa, hasta las alfombras parecen del momento. Bienvenido a la cultura del parecer, bienvenido a la cultura de lo correcto, de lo ameno, de lo fácil. PUBLICOTROPISMO. Házmelo fácil y entretenme. ¿Chejov fácil y entretenido? Yo será que como no tengo carnet de conducir señor Brook prefiero montar a caballo, aunque me duelan los riñones, aunque no sea correcto ni preciso. Aunque al llegar a casa tenga que bañarme por que huelo a caballo.
PASIÓN. Stheler, viene con una propuesta más personal y atrevida. Todo blanco, como en los recuerdos más antiguos. Pocos objetos, muchos sujetos, y las palabras escritas sobre un papel blanco, como en la vida de un escritor, como en la vida de un pintor. Su apuesta estética es más arriesgada, y de entrada me atrae más, no obstante uno decide en los diez primeros minutos del espectáculo si este le va a gustar o no. Yo decido que me gusta. Y me gusta por hallarlo más personal, incorrecto, algo lento, femenino, chic, menos teatral, espectacular, y sobre todo porque no había ese nerviosismo en los personajes y el montaje por agradar. No he visto cuerdas ni hilos, he visto a un autor fascinado por un texto, no por vender libros, no por respetar al autor, no por dar lecciones. Me impresionaron esas mujeres agitando sus manos como italianas, como lo que eran, y no como lo que pretendían ser. Me maravilló la madre que agrieta su rostro con pasión, sin ninguna precisión. Admiro los hechos que no se razonan, aquellos que se sienten y se olvidan, como las pasiones de una noche, como los espectáculos de una noche, que se graban como este espectáculo de Stheler en blanco y negro.
viernes, 1 de enero de 2010
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