domingo, 29 de noviembre de 2009

DESTINO MI COCINA. PRÓXIMA ESTACIÓN LA CENA.



Destino mi cocina. Próxima estación la cena.


Si tuviese que definir mi vida, no la definiría como una vida, más bien diría que es una. no vida. Yo no soy la que vive, no, soy la que sueño. La que no vive.

Primera parada mi juventud. Con 18 años había acabado COU, y estaba dispuesta a irme a Madrid, soñaba con ser actriz, quería ver mi nombre en la Gran Vía… pero lo único que conseguí fue ver mi nombre en unos análisis de maternidad, y que dieron por cierto positivo. Fue el positivo más negativo de mi vida. Mi nombre en la Gran Vía tendría que esperar.

Me casé por que lo decía todo el mundo, cásate, que ese hijo nazca en una familia, cásate. Mi madre, mi padre, mi hermana, la vecina…cásateeee. Antonio y yo éramos vecinos, habíamos vivido juntos, cerca, y eso nos acabaría alejando. Nosotros no queríamos casarnos, no queríamos tener un hijo, no nos queríamos, no lo buscamos, nos lo encontramos.

Me encontré con alguien que no era yo, viviendo mi vida. Empecé a soñar. De día le dejaba mi cuerpo a Cinta la madre, la esposa, la ama de casa, y de noche a solas, dejaba salir a Cinta la actriz. A veces también venía a verme en la ducha y a veces teníamos peleas

Segunda parada. Mis ollas y sartenes. Pasé mi juventud dentro de una olla, comía en una sartén que a veces me quemaba, los pies Antonio dejó de tocarme, mi hijo, Antoñito, me tocaba demasiado, me tocaba la moral. Cinta la actriz empezó a odiarlo. Yo me enterraba en mí. Yo era ella. No me atreví a echar de mi vida a esa mujer que me estaba robando mi juventud.

De noche cuando los Antonios se acostaban y Cinta dormía, Cinta la actriz, recitaba la lista de la compra, y se cardaba el pelo para tocar la gloria. Decidí marcharme, escaparme cuando mi hijo creciese. Decidí buscar mis horas para perderme en ellas y encontrar la Gran Vía donde poder escribir mi nombre y rescribir mi historia. Tenía que matar a la madre. Tenía que enterrara las sartenes, me tenían frita.

Próxima parada el sillón.

Un día Antonio creció. Lo supe por que me dijo: Mamá me voy a Madrid quiero ser actor. Yo me enfadé, le dije que esa no era carrera, quería haberle dicho que sí, que luchase, que yo también me había atrevido a decir en voz alta lo que deseaba. Ahora no, ahora ni digo lo que quiero ni hago lo que deseo. No me dejo hablar y no me muevo. Estoy enterrando en el sillón a Cinta la actriz, y ya no la dejo hablar.

Mi vida sin sueños, fin de trayecto.
Ya no me recuerdo. Mi hijo trabaja en Madrid y estudia teatro. Yo soy 90kg que se hunden en la televisión, la comida basura y teletienda. No existo ¿Quién soy? ¿Dónde se fueron mis intenciones? ¿El destino, o mi falta de lucha?


Estoy muerta.


Todos saben quien soy, todos parecen contentos con mi vida, pero una amiga de mi hijo actriz, dice que me ve de noche caminando por la Gran Vía, mirando los neones, susurrando mis sueños a los taxistas, bailando con las farolas y los perros. Como yo estaba muerta decidí que debía matar a los que me habían matado. Mi marido, y mi hijo, dos larvas con la cara de curas, que me escupían la realidad cada mañana en el desayuno, mientras quemaba las tostadas, y las pocas fuerzas que me quedaban para seguir viviendo.
Esa mañana, no lo dudé y con el café, serví arsénico, todos desayunamos aquellas tostadas quemadas con mantequilla de segunda.

Estaba harta de mi vida de segunda, ahora Cinta, la actriz, el fantasma de los cines de Gran Vía, puede hacer lo que quiera. Ahora todas las noches actúo en un café cabaret, el Café Cantante, donde todas hablamos de lo nuestro, de nuestras, cosas… Somos mujeres.

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